Algún día aprendiste todas mis manías… cómo me levantaba de la cama, y que lo primero que haría  sería preparar café, negro e intenso como debe tomarse por la mañana, después vendría el desayuno, y finalmente ir a verte mientras seguías dormida, para decirte que ya era hora de levantarse mientras que te daba besos en la cara para irte despertando poco a poco, inmediatamente después vendría tu cara de enojo y luego surgía esa sonrisa de complicidad, porque esa era la forma en la que te gustaba que te despertara.

Esas eran nuestras mañanas, no todas pero si muchas, los fines de semana te daba un respiro y nos quedábamos en la cama, quizás hasta mediodía, hasta que alguno de los dos quería café, para después decidir qué desayunar. Esos días dejaba de ser el tirano que imponía qué desayunar y a qué hora.

Eran otros tiempos, de magia, pero ahora no entiendo exactamente en dónde estoy, no veo con claridad la vida y circunstancias. París parece tan distante y lejano, si Jean Valjean estuviera vivo, de seguro yo sería perseguido igual que él, de seguro solo con el podrían comparar la falta de calma y estabilidad… puta literatura que me hace compararme con sus personajes, como si no tuviera suficiente con mi miseria, encima de todo me comparo con personajes ficticios que sí hicieron una diferencia en los libros de los que son personajes, principales, y no como yo, que creo que soy el personaje secundario de mi misma creación, soy el personaje secundario, donde la Maga es la protagonista, de la vida, de la realidad, o mejor dicho de mi vida y de mi realidad.

Decisiones, decisiones… La Maga tiene que evolucionar en algún momento. Decisiones, decisiones… sin La Maga, sin esta Maga, qué Maga será la que llegará. Decisiones, decisiones… sólo eso, decisiones.

De nuevo estoy aquí, en la ventana, viendo la tarde gris, cebando mate, viendo nada en el horizonte, viendo nada más que mi reflejo. Respiro lentamente, trato de pensar en qué hacer, vuelvo a respirar, contengo la respiración, cuento hasta diez y exhalo lentamente, pero no hay calma, la calma no llega y no sé dónde quedó. Doy un largo sorbo de mate, nada pasa, solo el saborcillo amargo que inunda mi boca, pero nada pasa, no me calma, no me ayuda. Pienso en la ciudad, no tiene rumbo ni futuro, ¿o acaso la ciudad es mi vida, y yo soy acaso el que no tiene rumbo ni futuro?, me niego a aceptar eso como mi realidad, es la ciudad, la ciudad es la que está mal. Otro sorbo de mate, de nuevo el sabor amargo… y al final, solo quedó ese sabor amargo, el día concluyó, o al menos mis deseos de seguir en ese día gris.